jueves, 17 de julio de 2014

Sobre la narración oral

NUEVA APARICIÓN EN LOS MEDIOS sobre la gira y en concreto sobre el VII Festival de Narración Oral Ñe'ĕ Jerépe que arranca en un par de horas y del que algo más se podrá leer en este blog. Mientras me parecía que podía dársele un pequeño espacio al final de la nota de prensa que iba dirigida a los medios para promocionar el evento por lo que dice y cuenta del oficio de cuentero:

La narración oral es el arte de narrar los hechos recreados por el cuentero o la cuentera, construidos a partir de la viva voz de los pueblos, de la memoria del pasado y del presente, de sus acciones, anécdotas, mitos y leyendas que hacen parte del imaginario colectivo. También es un nexo entre la escritura y la oralidad en una combinación entre la tradición oral, los escritores y lo escénico.
Ñe’ê jerépe busca especialmente el encuentro con el pasado y presente, reconstruyendo y recreando las historias contadas por el pueblo, sin reparar en el tiempo como un acto lejano y distante, asociando la memoria del ayer con el hoy, acercando la historia a un acto presente y vivo, como una marca latente de nuestros días, nuestras raíces y nuestro legado, base sólida que se convierte en un punto de partida y un lugar de encuentro.
Ñe’ê jerépe quiere dar sentido de palabra y alma colectivas. Ñe’ê en guaraní es la palabra y también el alma. Jere es básicamente compartir en un círculo. El jere es base de la cultura paraguaya, y desde donde se construye la solidaridad identitaria. El jere tiene que ver con otro tipo de estructura social, con otra manera de mirar y concebir el mundo, a diferencia de las estructuras lineales, cuadradas, que limitan, jerarquizan, constriñen. En el jere todo fluye, no hay límites, todo se comparte, libremente y en igualdad de condiciones.



Contando en el Bañado Sur

AYER A LA TARDE a eso de las 17:00 llegamos en dos coches hasta las cercanías del Bañado Sur, uno de los barrios que peor parte se ha llevado con las fuertes lluvias y las inundaciones del último periodo. Como muchas casas andaban situadas en zonas bajas, en pequeñas hondonadas, o al paso de algún canal, han tenido sus habitantes que tomar los bulevares de las avenidas e instalarse allí de manera «provisional». (Entrada aparte podría dedicarse al Paí Oliva: pero a falta de tiempo no viene mal un par de enlaces introductorios a su blog y a una entrevista)
    Pasamos viendo cientos de casas construidas con los mínimos medios, con paneles de madera de lastimoso grosor, nunca mayores que el de un dedo meñique. Y no hay por lo que se conoce mucha esperanza de que el Gobierno ayude como debería, en lugar de detener algunas especulaciones arquitectónicas que no hacen más que rascar el cielo y desalojar las arcas municipales. Lo lógico sería que antes que invertir en un puñado de ricos se solucionaran los graves problemas que tiene la gran mayoría para vivir dignamente, sin tener que estar sorteando a diario tantos riesgos de salud, higiene, seguridad, por no hablar de la falta de recursos mínimos para salir adelante: alimentos, educación, etc.

     Con estas reflexiones nos adentramos por una de las avenidas que abraza el barrio y nos detuvimos, en 21 proyectadas, junto a una canchita que tenía dos divisiones: una pista de fútbol, donde jugaban los más pequeños y una de voley, donde estaban los más grandes. Nos llamó la atención que en cada punto que se jugaban los mayores había sangre, sudor y lágrimas, lo daban todo, como si la irremediable, con su guadaña, estuviera esperando a quien perdiera para llevárselo en su regazo. Tanto era así que uno de ellos a pesar de que andaba cojeando, casi se diría que una de sus piernas era de palo, desarrollaba un juego al más alto nivel, en cuanto a técnica y habilidad. Cada equipo (eran dos parejas) tenía máximo tres toques de pelota antes de pasarla a la otra cancha, pudiendo utilizar solo el pecho, la cabeza y las piernas, y en ningún caso las manos o los brazos. El partido en cuestión parecía por la absoluta entrega y expectación un final de campeonato del mundo. Luego supimos que se estaban jugándo no sé cuántos mil guaraníes, que era probablemente todo su jornal. 
   
Mientras esperábamos no dejábamos de preguntarnos por la reacción de la chiquillada, pues a todos nos rondaba un temor, que era el de llegar allí para contar cuentos invadiendo un espacio de juego que era el que ellos usaban para sus actividades deportivas. La tranquilidad vino de los propios organizadores, voluntarios habituales del barrio, que sabían que al anochecer, a eso de las 18:00, al no haber allí más luz que la de los autos que pasan por la avenida, se iban a ir retirando los niños de la pista. Al llegar la oscuridad, cayó de no sé dónde un cable, que sirvió para enchufar dos focos y un mínimo equipo de sonido, con esto, y con un acompañamiento de un centenar de personas –niños de 0 a 99 años– del barrio, comenzaron a caer cuentos e historias que trajeron en esta ocasión Anabel Gandullo, Lola Jiménez, Ángeles Fernández, Carlos J. Arribas y Rubén Flecha, con este último, los niños ya en un túnel de emociones y risas, terminaron pidiendo incluso bises, al grito de «otro, otro, otro...». La sesión terminó con música, cánticos y bailes, amenizados por Hugo Flecha y la llegada de Ulises Silva (Aquí un poco de su música).